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 [Recordando] Bloodborne


Por: José "Pepe" Reidenvach


Recordando

Al igual que muchos, fui un niño lovecraftiano. Releía sus obras con frecuencia, como si se tratase de volúmenes prohibidos o extraños pergaminos de algún pasado remoto, y soñaba con descubrir algún horror primigenio indecible y enloquecedor, como Charles Dexter Ward, Herbert West o Randolph Carter. Puesto que la vida es lenta y no ofrece mucho en términos de aventura, buscaba en la música pesada, en los cómics y en los videojuegos formas de alcanzar ese horror cósmico del que tanto se ha dicho.

Un día como hoy, 24 de marzo, pero del año 2015, al fin pude alcanzarlo. Esto gracias al videojuego de acción y aventuras Bloodborne, justamente lanzado en esa fecha. Una joya del terror gótico y lovecraftiano desarrollada por los genios de FromSoftware que aún remece el sueño de tantísimos gamers como yo.


Sí, palpé el horror de las estrellas. Me perdí en callejones de espanto y navegué pantanos de inmundicia. Me inyecté la sangre de dioses antiguos cuyos nombres se han olvidado. Así es, fui un cazador de bestias y una bestia al mismo tiempo. “Quien con monstruos lucha, cuide de convertirse a su vez en monstruo”, decía Nietzsche. Tenía razón.
De todas las obras inspiradas en la narrativa de Lovecraft, Bloodborne es quizás la más cercana a reproducir el terror manufacturado por el autor de Providence. Con altura de miras y sin caer entramparse en la cultura pop (referencias y cameos innecesarios, exceso de fanservice, sustos baratos...), consigue explorar de manera efectiva los resquicios más rocambolescos y tenebrosos del horror cósmico: la indiferencia del universo, las consecuencias del conocimiento desmesurado y la periferia de la experiencia humana.
Recuerdo la primera vez que luché contra la Amygdala en la Frontera de la pesadilla. Recuerdo mi confusión al hallarme frente a algo imposible. A algo que se parecía vagamente a otra cosa. Recuerdo el miedo. La música. Recuerdo frustrarme y apretar el mando con rabia. Recuerdo el triunfo y la sensación de que el terror aún no había terminado. Esta sensación de fatalidad e inquietud se repitió más de una vez y me acompañó hasta el final del juego. Y no se fue nunca.
Ahora recuerdo mi preadolescencia y adolescencia. Buscaba ilustraciones de Cthulhu y las ponía de fondo en mi celular; estaba convencido de que el universo era regido por entidades alienígenas; y, por supuesto, jugaba Bloodborne con la luz apagada. Mi infancia fue todo eso y no mucho más. 
Al igual que muchos, fui un niño lovecraftiano. Y continúo siéndolo.

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